Es muy difícil mirarte al espejo y reconocer que tú eres la culpable. Es más fácil compadecerte o justificarte si es el mundo quien fue injusto contigo y no responsabilizarte de tus ideas, sentimientos, decisiones.
Y la verdad, es que yo sola tomé el camino que no paro de seguir; quiero cambiar y no lo hago; quiero más y no lucho; quiero ser fuerte y caigo una y otra vez.
Soñé que había creado una muralla, donde no podían entrar mis fantasmas; un lugar donde estaba a salvo; ya no había dolor, decepción, ira, tristeza.
Creía que mi mente y mi corazón habían vuelto a ponerse en alerta roja para recordarme que debo seguir andando en el túnel, y ver la lámpara encendida; que si hoy es malo, mañana puede ser mejor; que los sueños, a veces, se cumplen; los cuentos pueden tener finales felices y que si te quedas a jugar, debes hacerlo hasta que termine la partida.
Pero he creado un castillo de naipes, que si lo tocas, se cae; una puerta de barro que si soplas ya no existe; un equilibrio emocional tan frágil que basta con que me ignores, para que se desmorone.
Vuelvo a sentirme pequeña, irrelevante, sin fuerzas para seguir.
Vuelvo a plantearme si esto merece la pena; si esa lámpara existe.
Vuelvo a luchar para no tomar la decisión fácil, esa en la que ya no ves los resultados.
Y es culpa mía, por permitir que me afecte tanto tu opinión, tus palabras y tus silencios. Es culpa mía dejarte que entres y salgas de mi corazón con un "lo siento", "tqm", "no supe cómo hacerlo"; es culpa mía darte el poder de medir cómo es mi vida.
Porque ahora no es buena, pero tenía sus momentos; y me he dejado convencer que si me abandonaste es que lo merecía, si no tengo trabajo es que no soy válida, si no tengo pareja es que no acompaña ni la cabeza ni el físico; si...
Soy culpable y no sé si podré pedirme perdón.